Un viaje al origen

por | Abr 14, 2021 | Cartas a la comunidad | 0 Comentarios

ONCE-RETIRO EN LA NATURALEZA RANCHO LA YERBABUENA

ECO-COSMOLOGÍA DE LOS TIEMPOS DÍA DE LA TIERRA

En El Día de la Tierra recordamos que hubo un tiempo en que nuestro planeta era celebrado cada día. El corazón de las personas latía al mismo compás. En aquellos días, las  plantas y los árboles, desconocían el significado de las horas y crecían al ritmo dictado por la naturaleza. Abrazados con su raíz a la savia del planeta, tomaban el impulso para crecer buscando la luz y extenderse hacia al cielo, con las ramas cubiertas de esperanza. Por aquel entonces, las personas como los árboles, vivíamos en armonía orgánica, con la tierra y el universo.

En ese tiempo el reloj era el sol, alumbraba el comienzo del día y se apagaba para reposar en las noches. El calendario lo dibujaban las lunas y las comunidades tomaban de sus ciclos el poder que vertían en el cuidado de sus pueblos. Se comprendía el significado de los solsticios y  los equinoccios; a las estaciones se les agradecía las cosechas y el alimento. Se escuchaban con atención los mensajes que portaba el viento. Se contemplaban las mareas admirando la vida acogida en el océano. Las personas, comprendían la importancia de observar las estrellas, porque ellas eran testigo de los tiempos y revelaban en las noches su misterio.

El fuego era el anfitrión de los encuentros, en torno a él se compartían sueños y secretos. En el chasquear de las llamas se cocinaban historias y perduraban las tradiciones. Las enseñanzas se transmitían de generación en generación, sostenidas por los ancianos y confiadas a los niños. La experiencia y la sabiduría depositada en el pliegue de los rostros, simbolizaba el respeto de haber vivido y legitimaba la custodia del conocimiento.

Nuestra especie crecía abrazando su medio, su hogar; y todo lo que manifestaba la naturaleza era sagrado. Se le rendía culto al Sol, a la luna, a las montañas, al mar. Se celebran ceremonias de agradecimiento al hábitat que nos acogía. Las personas crecían y aprendían en perfecta sintonía con la Tierra , porque aquello que revelaba tenía un profundo significado para vivir. En lo material y lo místico, el hombre y el planeta eran uno.

 Pasó el tiempo…. El ser humano ha evolucionado, y en esta transición que mejora nuestra calidad de vida y nos brinda nuevas oportunidades, se ha abierto una brecha que se torna más profunda. Mientras nuestra especie conquista conocimientos, la maestra de nuestra historia, atiende en silencio nuestra indiferencia. Desdeñamos lo que tiene que contarnos y dejamos de mostrarle respeto. Renunciamos a tenerla en nuestras manos y hemos olvidado cómo sentirla, como olerla y como mirarla.

Nuestro progreso nos permite avanzar, pero mientras diseñamos tecnologías que nos capacitan para comprender su estructura, menos percibimos su totalidad. En ese proceso, el empirismo se ha convertido en dogma y la intuición se quemó en una hoguera de recuerdos que creímos obsoletos. Nuestro mundo material, sin espíritu, pierde así su elemento integrador. La naturaleza y el ser humano quiebran su unidad y de ese limbo inerte, comienza a deslizarse el eco de la voz de los tiempos. El misterio somos ahora nosotros y la voz se transforma en preguntas inquietas. La sociedad que hemos creado no tiene tiempo ni motivos para buscar las respuestas. La tecnología y los avances científicos, no sirven para explicarnos quiénes somos ni el sentido de nuestra existencia. Y es que al perder el respeto a nuestro medio, sacrificamos el propósito de nuestra especie.

Ya no  hablamos el lenguaje de la Tierra, no somos capaces de oírnos, ni comprendernos, porque al ignorar nuestro origen rompemos la comunicación con la esencia de la vida.

Cuando miramos alrededor, vemos una Tierra enferma, pero ¿no son acaso los síntomas por descuidar nuestra relación con la naturaleza? Sufrimos las consecuencias del deshielo de nuestros polos, pero no somos capaces de advertir que se congela nuestro sentir humano. Tratamos de poner parches para aliviar aquello que estamos destruyendo. Pero no habrá soluciones mientras al observar el planeta, no nos veamos como parte de él. ¿ De qué sirve reparar el daño que le hacemos, sino comprendemos lo que significa estar desvinculado de la naturaleza? El compromiso tiene que ser honesto.

Sin embargo, La Tierra es sabia y  de la intuición que creímos enterrar en las leyendas, hace brotar un  impulso que nos hace mirar atrás. Nos invita a volver a sentirla en las manos. Nuestra madre está tendiendo la raíz que nos enseña el camino de vuelta al hogar. Si deseamos emprender un viaje al origen, quizá nos ayude saber que la palabra eco (oikos) significa casa, y  cosmos, el orden del universo. Recuperar el lenguaje que nos permita volver a comunicarnos con la naturaleza, es vital para comprender lo que cuentan los tiempos.

¡Buen Camino!


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