Querida mujer emprendedora,
Te escribo esta carta porque hoy se conmemora a las mujeres que emprendemos.
El Consejo de las Naciones Unidas estableció el 19 de noviembre como el Día Internacional de la Mujer Emprendedora, con la finalidad de reconocer el talento de las mujeres que inician un negocio, visibilizan la desigualdad de género y contribuyen al empoderamiento femenino.
Ayer en la noche, sin saber que existía siquiera la conmemoración de este día, dije (y sobre todo me dije a mí misma) yo lo que quiero es crear una familia, tener un huerto, construir un hogar y priorizar el proyecto conjunto al mio individual. Lo repetí en voz alta, se lo dije a la persona que amo, mi compañero de viaje de vida, que es también quien sujeta cada una de mis crisis, dudas y malos humores por que soy, como muchas, una emprendedora agotada.
Me inicié en el mundo profesional precoz, siempre tuve prisa para todo. A los 23 gestionaba un equipo de 50 personas. A los 30 ya me había demostrado mucho a mí misma, había sentido éxito y participaba activamente de un mundo capitalista que me dejaba cada vez más hambrienta de espíritu. Entonces en pleno retorno de Saturno, me lancé a viajar. Dije no sé que quiero, pero sé, que esto no lo quiero más. Sentencié el mundo corporativo, económico y capitalista del que vivía. Exilié el dinero de mi vida, lo declaré sucio. Pasé de vivir con 3000€ al mes a hacerlo con 600€. Fui enormemente feliz, cuando aprendí, con mucho esfuerzo, a darme tiempo ilimitado y no sentirme mal por ello.
De pronto un día, se me prendió el foco, decidí darle espacio a esa idea que iba tomando forma. Regresó, remasterizada tras muchos años de viaje, la chingona. Fueron 3 años de gestar mi proyecto, de negociar con el compromiso y sobre todo con el miedo de volver al mundo empresarial. Pero me dije, yo no voy a ser igual, mi empresa se basará en principios sólidos y coherentes, será distinta.
Hice eso que se me daba tan bien, ignorar todos los retos, infravalorar el esfuerzo y creer firmemente que podría lograrlo. Emprendí con extremas y necesarias dosis de inconsciencia, decidí hacerlo en un país al que acababa de escoger hogar, del que aún no comprendía casi nada y al que llegaba con un agotamiento que duraba por lo menos los dos últimos años de nomadismo. Dos años después, cuando estaba haciendo un apuesta mayor por mi empresa, llegó el covid, una catástrofe a la que hoy le agradezco la oportunidad de hacer composta de todo lo que había creado, y con mucho apoyo y mucho esfuerzo, regresé con todo. Volvimos a despegar, y un año y medio después, mi contador me hizo el favor de regresarme de nuevo a la casilla de salida. Una vez más, con mucho apoyo y esfuerzo, mi proyecto y yo, nos levantamos.
Ha pasado otro tiempo más y regreso un punto de inflexión, que hoy empiezo a entender que es cíclico. Esta vez no ha habido ninguna catástrofe, tan solo la necesidad de renovarme y el deseo de invertir mi energía en mi proyecto familiar. Hace 6 meses que negocio conmigo misma porque yo, seguramente como tú, y entre otros, le tengo miedo al fracaso y a no tener el talento suficiente para estar en la lista de empresarias talentosas que sí la armaron.
Crecí para convertirme en una mujer independiente, me enseñaron a poder solita, a hacerme a mi misma. Creé una empresa social hecha por, para y con mujeres. Viajé durante años buscando referentes femeninos de todos los lugares del mundo y cuanto más viajaba, y más crecía, más me daba cuenta de mi disfuncionalidad para poder habitar en mi energía femenina, para poder recibir, dejarme cuidar y sentirme una mujer plena. Esa búsqueda también me reveló mi propósito. Mi compromiso con el mundo lo caminaba con mi proyecto, me llevaba lejos, incluso de mi misma.
Hace poco, caí exhausta por la dificultad de sostener ese ritmo. Era un hecho que mis prioridades habían cambiado. Mi cuerpo me pedía una cosa, la cultura en la que crecí (patriarcal, capitalista y también feminista) me seguía empujando a ser una emprendedora talentosa, que visibiliza la desigualdad de género y continuye al empoderamiento femenino, incluso aunque eso fuera a pesar de mí.
¿Dónde está esa línea que separa tu compromiso con tu proyecto y con tu bienestar? Seguramente no existe, y no existe porque no nos enseñan a trazarla, a escucharnos y sobre todo a darnos permiso para parar, porque el emprendimiento nace en clave de acción, energía masculina e individualista, y lo normal, es que no nos funcione.
Las mujeres estamos buscando y creando nuevas formas, haciendo comunidad y hablando de emprendimiento holístico, consciente, en femenino. Formas en las que la vida personal y empresarial se encuentren honestamente en equilibrio. Quizá podemos empezar por escuchar nuestro ritmo, hacerlo sin prisa, con todas las pausas necesarias para hacerse invierno y composta. Abrazar la vulnerabilidad de no tener respuestas y tan solo entregarnos a cuidar la semilla que contiene ese nuevo código que nos permita celebrarnos no solo como mujeres emprendedoras talentosas, sino como mujeres saludables, plenas y que caminan su propósito con alegría y coherencia, juntas.
Buen camino.
Foto Camille Pelloux
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